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Pico Della Mirandola. Una visión para la Filosofía del Derecho (página 2)



Partes: 1, 2

Trabajo
inacabado

Las obras que Pico escribió fueron abundantes,
teniendo en cuenta no su número, sino más bien el
corto espacio de tiempo que
ocupó su vida. Algunas consistieron en intentos frustrados
de textos más extensos. Otras tenían que ver, en
cambio, con la
famosa anécdota de la disputa promovida por Pico. De
ellas, destaca sin duda la Oratio, conocida como "Discurso sobre
la dignidad del
hombre",
aunque en realidad no fuera sino la introducción que Pico tenía pensada
para el debate de sus
900 tesis. No hay
duda posible de que es justamente esta obra la que ha dado a Pico
della Mirandola la gloria de que ha disfrutado hasta nuestros
días.

La Oratio es un texto corto,
redactado con intención retórica, y dividido
claramente en varias partes. La primera de ellas versa sobre la
excelencia o dignidad del hombre, y es la parte
más leída y comentada. Los siguientes
capítulos se dirigen a defender las posiciones de Pico
respecto a la pública controversia de las 900 tesis y
respecto a su eclecticismo o sincretismo filosófico. Si
bien la primera parte ha sido, como he dicho, la más
estudiada y con razón ensalzada a través del
tiempo, el resto está dotado de una gran relevancia. Es
ahí donde puede leerse la opinión de Pico sobre el
quehacer filosófico y sobre la verdad
universal
, no compacta o cognoscible de un solo vistazo,
sino compuesta por variadísimas partículas
provenientes de corrientes y de autores muy diversos. Pero la
referencia a la primera parte es imprescindible, como
intentaré hacer ver.

La cuestión merece ser planteada con más
precisión. Al texto de Pico habría que hacerles
algunas preguntas: ¿La libertad es la
ausencia de un plan concreto sobre
la finalidad de la vida del hombre o más bien es
compatible con dicho plan? ¿El hombre es
digno porque es libre, o es libre porque es digno? ¿La
dignidad incluye algún límite moral a la
libertad? Son preguntas concretas cuya respuesta diferencia a
Pico de otros pensadores.

La clave es el
hombre

El caso es que la Oratio fue titulada, tras
la muerte de
Pico della Mirandola, como Discurso sobre la dignidad
humana
, y ciertamente la primera parte de la obra trata casi
exclusivamente de la cuestión de la dignidad. La
reflexión filosófica acerca de la dignidad humana
tiene unas raíces hondamente arraigadas en la cultura
occidental. Con la palabra "dignidad" se designa principalmente
una cierta "preeminencia" o "excelencia" por la cual algo resalta
entre otros seres por razón de lo que le es exclusivo o
propio.

Puede parecer que estas consideraciones tienen poco
interés
para el derecho, pero para convencernos de lo contrario basta
recordar que la libertad es declarada por los documentos
internaciones sobre derechos humanos
como uno de los derechos principales, y que
en nuestro sistema
jurídico no es sólo un derecho, sino también
un "valor
superior" (sea lo que sea esto). Que este derecho procede de la
"naturaleza"
del ser humano (sea cual sea también), es asimismo
proclamado por nuestra Constitución y por otras. Nuestra
Constitución en concreto habla de la "dignidad de la
persona", pero
yo me pregunto en qué cambiaría la cosa si se
dijera la "naturaleza del ser humano". Posiblemente estas
palabras molestarían a algunos, pero me parece que vienen
a decir prácticamente lo mismo: es decir, no se ve por
qué se es digno si no se conoce lo que se
es
. Es importante que el Tratado por el que se establece una
Constitución para Europa hace
hincapié de tal modo en la incondicionalidad de la
dignidad y los derechos fundamentales, que permite pensar que se
consideran en él como valores que
preceden a todo derecho estatal. No es una interpretación descabellada, y así
lo piensan muchos.

Pero, evidentemente, Pico no podía pensar algo
así, porque no hablaba de derecho, sino de
filosofía. En el terreno filosófico sí
podría haber defendido esta doctrina. Aunque esto es algo
que nosotros no podemos poner en su boca, si queremos ser fieles
a los textos y no hacer novela de
ficción.

El progreso
de la libertad

No obstante, a lo largo de la historia, la
fundamentación de la dignidad humana ha contado con
diversas interpretaciones divergentes, aunque no por ello
necesariamente contrapuestas. Se suele presentar, en primer
lugar, la explicación del pensamiento
cristiano-medieval, según la cual todo hombre posee una
intrínseca dignidad por el hecho de haber sido creado a
imagen y
semejanza de Dios. Fue la concepción que defendió
Tomás de Aquino en la "Suma Teológica". La
respuesta de Pico fue sorprendente en su momento, por la
perspectiva que le dio. De él se puede decir que fue uno
de los artífices del giro antropológico (relativo)
que se produjo con el Renacimiento.
Según Pico, el hombre es un ser admirable y único
por una característica que descuella sobre las
demás: su libertad. La dignidad del hombre no la
entiende ya en un sentido ontológico (el defendido por
Tomás de Aquino), dado que hay seres superiores, como los
ángeles, sino el sentido dinámico y existencial
para el cual la dignidad descansa en la noción de
libertad: en efecto, el hombre es la más digna criatura
porque es libre. Dicho de otro modo, el hombre es
el único ser existente en la naturaleza que es indefinido,
incompleto, informe, desnudo,
abierto a múltiples posibilidades y versátil, pero
no determinado de antemano. Precisamente porque puede ser
cualquier cosa, ya que no es en sí mismo nada definido,
puede escoger su modo de vida, y esta capacidad de elegir
consiste en la libertad. Pico dice del hombre que es una
creación sin una imagen precisa; más bien, la
imagen de Dios en él es una cuestión de finalidad,
pero no de origen. Pone en boca de Dios Creador estas palabras:
"No te he dado, oh Adán, ni un lugar determinado, ni una
fisonomía propia, ni un don particular, de modo que el
lugar, la fisonomía, el don que tú escojas sean
tuyos y los conserves según tu voluntad y tu juicio. La
naturaleza de todas las otras criaturas ha sido definida y se
rige por leyes prescritas
por mí. Tú, que no estás constreñido
por límite alguno, determinarás por ti mismo los
límites
de tu naturaleza, según tu libre albedrío, en cuyas
manos te he colocado".

Así pues, la dignidad del hombre no hay que
buscarla, según Pico, en lo que es (esencia), sino
en la capacidad de hacerse, en la posibilidad que tiene el
ser humano de llegar a ser lo que quiera. Esta posición
central del hombre marca el
principio, sin duda, de la modernidad. Todo
el espacio del mundo se convierte en tarea; el hombre entra en el
papel de formador del mundo.

Aunque no nos atrevemos a establecer la tesis de que
Pico formara parte de un "presagio" o "comienzo" de la
modernidad, la verdad es que sus ideas sobre la libertad radical
del hombre eran a su vez radicales, y puede que no estuvieran
lejos de constituir una auténtica ruptura con la
tradición cristiana de la época. Ciertamente,
ésta tenía por dogma que el hombre había
sido creado libre por Dios, pero que había perdido en
cierta manera esta libertad con el primer pecado, por desobedecer
a Dios. En esto Pico no admitió moderación:
defendió con insistencia que la principal cualidad
esencial del hombre es justamente y siempre que es libre para ser
lo que quiera y que refleja a la divinidad en todas sus obras
libres.

Pico hacia el
futuro

Sin embargo, los epítetos con que Pico habla del
hombre dejan a las claras la noción que Pico manejaba. De
hecho, su punto de vista será tomado como punto de partida
por algunos filósofos modernos, incluyendo a Nietzsche,
Marx,
Kierkegaard. Pero aún más, ¿no suenan sus
palabras a ciertos autores modernos calificados como
"existencialistas"? Recordemos a Sartre, para
quien la existencia precede a la esencia, el hombre no tiene una
naturaleza innata, el hombre tiene que crearse a sí mismo,
tiene que crear su propia naturaleza. La naturaleza del hombre
consiste precisamente en no tener naturaleza. De ahí que
se vea condenado a improvisar, a elegir qué quiere ser y
cómo quiere ser.

Pero Pico no era un existencialista. En primer lugar,
porque el existencialismo es una filosofía nacida,
situada y desarrollada en un lugar y un tiempo determinados, y
Pico no pertenecía a ese lugar ni a ese tiempo. En segundo
lugar, porque Pico no defiende exactamente lo mismo que Sartre y
el resto de filósofos que siguen a Sartre. En efecto, como
hemos dicho, para él el hombre resulta un ser dotado de
una indefinición casi total. Pero aquí está
la diferencia: en el "casi". En realidad, y a pesar del
énfasis que Pico puso en la "versatilidad" del hombre,
nunca negó la autoridad de
la Revelación (en su obra la imagen de la creación
no es sólo una imagen), ni la existencia de normas morales
que, de hecho, conceptúan y condicionan la
vida del hombre, estableciendo no sólo un principio u
origen, sino también una meta o finalidad. No en vano
comenta que las semillas "que cada hombre en particular cultive
madurarán y darán fruto en él: si son
vegetativas, será como una planta; si sensitivas, se
convertirá en animal; si son racionales, se elevará
al rango de ser celestial; si intelectuales,
será ángel e hijo de Dios". La libertad,
pues, converge aquí con la revelación, y
encuentran ambas un espacio común: aquel en que el hombre
puede escoger cómo quiere ser, y en esto consiste la
libertad, pero no todo lo que escoja es indiferente.

Hay que decir a este respecto que la noción de
nuestro autor de la dignidad del hombre no deja de ser, a
nuestros ojos, una dignidad "ontológica"; esto es, que
procede de su naturaleza (es más, de su modo especial de
creación), y no de sus méritos. Como tal, incluye
su dignidad "moral" o "dinámica" (que surge de la bondad de sus
actos), pero la sobrepasa. Esto significa que el hombre es digno
incluso cuando actúa mal. No estamos tan seguros de que el
propio Pico aprobase esta acepción, pero si hemos de
seguir con propiedad su
razonamiento la libertad de que goza el hombre gracias a su
creación hace que, aun cuando actúa disconforme con
las normas morales más esenciales, descuelle entre los
demás seres, si no por bondad, al menos sí por
astucia o capacidad. El acento en el hecho de la libertad
significa devaluar algo la utilidad de su buen uso. Y
quizá era esto lo que tanto asustaba a la Iglesia.

Lo que el derecho
significa

Sin embargo, de la antropología de Pico no puede deducirse una
idea sobre el derecho, salvo que se hagan saltos en el juicio
incomprensibles. En realidad, Pico no era un teórico del
derecho, porque no pudo serlo. En su tiempo, el derecho de
Italia era un
caos de elementos apenas enumerables. Destacaban en su interior
las normas consuetudinarias de origen germánico, que se
habían fundido con la cultura jurídica de la Italia
renacentista; los residuos del antiguo derecho
romano, que ya en el siglo XV había sido recepcionado
en las universidades italianas, francesas y españolas; las
incontables y diversísimas normas particulares de los
príncipes y las repúblicas italianas… Por otra
parte, las reflexiones filosóficas sobre el derecho que se
habían hecho en la Edad Media no
destacaban precisamente por su novedad y profundidad. Justamente
en el Renacimiento
empezaron a releerse los escritos
filosófico-jurídicos de los escritores griegos y
romanos, tales como Séneca y Cicerón. Y aunque Pico
fue aficionado a Platón,
y no desconoció a Cicerón ni a otros pensadores
antiguos que se hubieron ocupado del derecho, en realidad era una
cuestión que aparentemente no le importaba mucho. Puede
reprochársele este descuido, pero quizá merezca
disculpa, en atención a la brevedad de su vida y a la
multiplicidad de los temas que a pesar de todo
estudió.

El pensamiento de Pico, no obstante, puede originar
algún fruto útil para la filosofía del
derecho. Echamos mano aquí de un pensamiento masivamente
usado, pero que no por ello ha dejado, a mi parecer, de ser
iluminador. Este pensamiento dice que detrás de todo
derecho, y por ende detrás de toda filosofía del
derecho, hay una visión del hombre y de sus valores,
especialmente de la justicia, sea
cual sea dicha visión. En este sentido, es inevitable
identificar la teoría
del derecho que tiene por objeto los sistemas
jurídicos de tipo occidental con una visión del
hombre determinada; quizá sea complicado definir los
contornos de esta visión, pero no lo es tanto comprender
su núcleo esencial: el hombre como un ser libre y
autónomo que vive en comunidades nacionales,
identificables por determinadas características
estructurales y culturales, y en cuyo seno se producen conflictos de
poder, deberes
y derechos, y en orden a cuya evitación y solución
se crea todo un edificio de normas e instituciones
de carácter coactivo y superior, pero basadas
siempre en el respeto a ciertos
derechos que se consideran propios del hombre, con independencia
de su origen o estado.
¿Acaso no resuenan a este respecto las palabras del
Preámbulo de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, según el cual "la libertad, la justicia
y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la
dignidad intrínseca y de los derechos iguales e
inalienables de todos los miembros de la familia
humana"? ¿Acaso no añade el Pacto Internacional De
Derechos Civiles Y Políticos de 1966 que "estos derechos
(los derechos humanos) se derivan de la dignidad inherente a la
persona humana? Pues sí, parece, al fin, que cinco siglos
no son tantos, y que hay alguna conexión entre el pasado y
el presente. Y aquí es donde la apelación a Pico
parece más sorprendente y esclarecedora: ha tenido, en
efecto, algo que ver en la formación de esta visión
del hombre.

La verdad crea
hombres tolerantes

Ya hemos hablado de sus ideas acerca de la libertad
humana. Insistir en ellos sería pedante, cosa que por otra
parte ni el mismo Pico considera conveniente. Pero sobre la obra
de Pico hay que decir algo más de no menor importancia: su
concepto de la
racionalidad humana y de la verdad lo sitúa entre dos
mundos (el medieval y el moderno) y lo convierte, aunque con
matices, en un verdadero antecesor de la consideración
contemporánea que en un sector grande de la
filosofía tiene el valor de la tolerancia.
Entiéndase bien, la tolerancia como
valor ético-social, y no como configuración del
carácter. En este sentido se presenta más como una
regla racional de actuación, que Pico aplica ante todo a
la labor intelectual que le tocó llevar a cabo.

Más arriba he definido la filosofía de
Pico como sincrética. Aclaro la idea: no como un
batido decolorado de ideas confusas, sino una construcción bien compuesta a base de
materiales de
distinta procedencia. Así están construidas muchas
iglesias del pasado: con piedras milenarias usadas en edificios
antiguos, y con pedruscos poco trabajados encajados de cualquier
modo gracias al barro o la argamasa. Y no por ello se vienen
abajo. Han resistido el paso de los siglos y el envite de los
golpes, aun cuando su aspecto a veces resulte inarmónico.
Precisamente ésta la circunstancia en que también
se hallaba Giovanni Pico della Mirandola.

Hablemos algo más ello. Es importante, porque
forma parte de una disciplina que
la filosofía del derecho no debería dejar de lado,
y que, lo queramos o no, está presente no sólo en
los libros, sino
en nuestro reflexionar diario. No cabe duda de que cada uno de
nosotros acarrea consigo una carga mayor o menor, según
los casos, en que se incluyen casi siempre ciertas máximas
sobre la vida y el hombre (nuestra vida y nuestro yo). No faltan
tampoco las ideas sobre la verdad y sobre las fuentes en que
hemos de encontrar ésta. Pico trató de aumentar lo
más posible el peso de esa carga; no cejó en el
empeño de estudiar todas las sabidurías posibles,
para con el amplio bagaje obtenido de tan variadas canteras
construir un edificio de filosofía excelente, encontrar la
sabiduría, en singular. Fue en su tiempo un hombre
extraño, un filósofo extraño. Otros antes
que él, habían intentado nutrirse de corrientes
opuestas. Pero él las buscó todas, sorbió de
todas, dialogó con todas. Aun así, jamás
abandonó el suelo firme del
pensamiento cristiano. Por eso decimos que era un
ecléctico, un "sincretista" filosófico. Pero ello
no hubiera sido posible sin su noción de la "verdad
universal", principio de conocimiento
que era ante todo y sobre todo de origen cristiano. Si
pudiéramos decirlo con palabras del Concilio Vaticano II,
Pico creyó vislumbrar en todas las religiones y en todas las
filosofías "semillas de verdad" dispersas por la mano de
la Providencia. Por esto se abrió a todas, y, superando su
propia intención, esta apertura tuvo consecuencias
más relevantes de que las que suponía.

En primer lugar, le atrajo las iras de la
jerarquía de la Iglesia católica. Esto no merece
mayor comentario, pues no es el primero ni el último que
lo sufrió. Por suerte, posteriormente le fue levantado el
apelativo de "herético". En segundo lugar,
consiguió establecer un diálogo
intenso, al menos en su persona, entre Oriente y Occidente, por
primera vez desde hacía casi quinientos años. En
tercer lugar, gracias a su obra creció en Europa de forma
considerable el interés por la vieja sabiduría
judaica, identificada en la Cábala. Y en cuarto lugar,
dejó incompleto (aunque iniciado) el gran proyecto de su
vida: la conjunción de Platón y
Aristóteles en una interpretación
que lograra renovar la comprensión que se tenía de
ambos y los fundiera en un conjunto de ideas en el cual
Platón era el inspirador y Aristóteles el
comentador y crítico.

Ante tal panorama de diversidades, es lógico que
se diga que Pico, como representante del humanismo
italiano renacentista, fue el filósofo tolerante por
excelencia. Pero hagamos de nuevo la pregunta:
¿cuál era su idea de tolerancia, si es que
tenía alguna?

En realidad, no encontramos en la Oratio un
párrafo
dedicado expresamente a este valor ético de tanta
relevancia en las sociedades
modernas. Pero podemos construirlo interpretando sus obras y
especialmente el texto de la Oratio. La clave para
entender a Pico consiste en su concepto de "verdad universal": el
hombre con su razón es capaz de descubrir y asentarse
sobre la verdad, que es coherente y uniforme, de modo que si
existen muchas corrientes filosóficas y religiones
distintas, esto no es signo de la existencia de verdades
diferentes, sino de accesos a una única verdad de alcance
variado. Unos llegan más lejos; otros más cerca.
Unos toman la línea recta; otros acaban dando rodeos, o
acercándose y alejándose por turnos. Aunque uno
tenga los pies firmemente puestos sobre la verdad, no puede
prescindir de las aportaciones de otros. En todo caso, es
imposible saber si uno tiene razón si no contrapone sus
ideas a las de otros.

Pico dice de muchas maneras estas mismas ideas, tratando
de justificar la propuesta de su conocida disputatio
pública. Ciertamente, había en su intento un
verdadero "sueño conciliador": la utopía del joven
filósofo que cree posible poner a todos de acuerdo, no
bien lograra reunirlos para discutir. "Quienes siguen alguna
escuela
filosófica, ya sea la de Tomás o la de Escoto, que
son las que están actualmente en boga, pueden exponer su
doctrina discutiendo un número reducido de cuestiones. En
cuanto a mí, tengo por principio no jurar por la palabra
de nadie: me he preparado para poder basarme en todos los
maestros de la filosofía". "Con seguridad es
señal de una mente estrecha confinarse a una sola escuela
[…] en cada escuela hay siempre algún elemento
distintivo, que no comparte con las restantes".
"Añádase a esto que cualquier facción que se
alza contra las doctrinas verdaderas, ridiculizando con ataques
ingeniosos las causas correctas, no debilita la verdad, sino que
la fortalece, como sucede con la llama, que en lugar de ser
extinguida por el viento, es avivada por él". Son algunas
de las expresiones con las que Pico demuestra su inconformismo
filosófico respecto de las corrientes mayoritarias de su
época y defiende su magno intento de tocar todos los
palos.

Esta apertura, no se puede decir de otro modo, aunque
relativa y no del todo comprometida, es una actitud moral:
la de no creerse del todo pleno de razón. Y esta actitud
moral puede ser denominada "tolerancia". Una concepción de
tolerancia concreta y no única, si se quiere.

Sin embargo, hay que hacer alguna precisión en
torno a la
"tolerancia", ya que Pico no es un estrictamente un pionero en
este sentido; es más bien un precursor. Comúnmente
se considera que el primero que habló de la tolerancia en
sentido moderno fue Locke. Pero éste sólo tuvo en
cuenta la tolerancia en una dimensión negativa y referida
únicamente a las religiones. Para él, la tolerancia
consistía en soportar la existencia de diferentes
religiones y creencias, y abstenerse de imponer un dogma
determinado por parte del Estado, con el fin de mantener una
convivencia pacífica. Era, por tanto, una idea que
respondía a unas necesidades y a una mentalidad muy
precisa: la de una Europa rota por las luchas en nombre o con la
excusa de la religión cristiana.
Locke defendía la convivencia pacífica de todas las
creencias dentro del Estado, y la obligación de
éste de abstenerse de perseguir o de imponer una fe, pero
únicamente cuando la fe de que se tratase no fuera
perjudicial para la unidad del Estado y su convivencia. Por ello,
le parecía que era conveniente en Inglaterra
perseguir a los católicos y a los ateos.

Con el paso del tiempo surgió un nuevo concepto
de tolerancia, como consecuencia de un cambio filosófico
radical en el siglo XVIII, especialmente en lo que se refiere al
ideal de racionalidad y de verdad, que ya no será el de
Descartes,
sino otro más relacional, más comunicativo,
más dubitativo. El nuevo concepto de tolerancia tiene una
dimensión más positiva: consiste en una nueva
postura de acercamiento colectivo a la verdad, a través de
la
comunicación entre diferentes ideas, opiniones y
creencias. En sentido ético-político, la tolerancia
vendría a suponer un nuevo espacio público de
diálogo y de busca colectiva de la verdad. Aquí
tuvo mucho que decir Kant y
posteriormente Hegel.

Es este segundo sentido es el que más nos suena a
Pico. Aunque él nunca lo enunció
explícitamente. Y esta es una de las carencias de la
Oratio. Hay alguna breve referencia al valor del
diálogo colectivo en la búsqueda de la verdad y la
necesidad de tener presentes todas las voces, ya lo hemos visto.
Pero falta una conciencia clara
de la propia incapacidad para este diálogo. Pico no lo
sintió así, y su intento, que se vio frustrado por
la muerte a los
treinta y tres años, posiblemente habría acabado
igualmente en un fracaso. No podemos aventurarlo con absoluta
seguridad, pero aún no había llegado el tiempo de
la reformulación de la filosofía
moderna, que sería inaugurado por Descartes, y el
debate con otras culturas era posible, pero sólo desde
posiciones incluidas en el ámbito de la doctrina
cristiana, lugar que Pico nunca dejó de ocupar. Él
fue conocido precisamente como defensor del cristianismo,
que creía coherente con la filosofía
platónica. Sus ideas eclécticas fueron vistas como
de dudosa ortodoxia teológica por el magisterio eclesial,
pero nunca "se escaparon de casa", al contrario que el famoso
hijo pródigo del relato bíblico.

Esta es una de las grandes paradojas de los pensadores
humanistas: quieren volver a un pasado que ya no existe, y aunque
creen hacerlo libre de prejuicios no han podido desprenderse de
la cosmovisión cristiana, que pervierte su visión
de la Antigüedad Clásica (unas veces
"cristianizándola"; otras veces
"anticristianizándola"); y su visión de futuro es
una mezcla endeble de cristianismo y paganismo de procedencia
contradictoria. Pico fue quizá uno de los filósofos
más coherentes, especialmente respecto de su
antropología, que bien podía universalizarse, como
de hecho sucedió; pero su intento de armonizar las
interpretaciones de Platón y Aristóteles, en un
tiempo en que pronto iba a ser abandonado y despreciado su
estudio (debido al cartesianismo y al empirismo,
enconados rivales del siglo XVI), demuestra que su labor estaba a
caballo entre un mundo que agonizaba y otro que se
gestaba.

Este asunto debe ser aquí ampliado, me parece,
por la sencilla razón de que, estrictamente hablando,
sería un error pensar que las ideas humanistas sobre la
dignidad y libertad del hombre anticiparon el espíritu de
la
Ilustración. Aunque es posible que algunos humanistas
no estuvieran de acuerdo, de hecho lo que se llamado, con poca
exactitud, "filosofía renacentista del hombre" corresponde
más bien a una primitiva forma de antropología
religiosa. Una larga tradición de discusiones y escritos
sobre la conditio hominis, vista bajo los aspectos
complementarios de la dignidad y de las miserias humanas, formaba
parte de la herencia del
renacimiento. Unos hacían hincapié en la dignidad,
como Pico; otros, como Bracciolini, sin embargo, continuaron
poniendo el centro de interés sobre el tema de la miseria
del hombre, rechazando la retórica consoladora y cualquier
medio humano de escapar a las miserias de la vida. Así, en
su búsqueda de respuestas a la experiencia humana de su
tiempo (no olvidemos las guerras, las
cruzadas o la peste negra), los humanistas del renacimiento
expusieron dos series de ideas opuestas y antitéticas,
representadas por las tradiciones retóricas del estoicismo
y el agustinismo. No nos detendremos en ellas. Diremos
sólo, por hacer una brevísima referencia, que uno
de los más relevantes humanistas, como Erasmo,
tendió hacia el estoicismo; mientras que otro, como Valla,
fue marcadamente más agustiniano. Pico della Mirandola, en
cambio, fue un caso especial: derrochaba entusiasmo por el hombre
y consideraba la actividad pública un medio eficaz,
amén de consolador, de superar la miseria de la humanidad,
pero acompañada de una profunda reflexión
filosófica y de una vida moral tan recta como fuera
posible. La desgracia es que sus intentos de cambiar el mundo
fueran truncados siempre; unas veces por el mundo, al final por
la muerte.

Triunfos
teóricos, fracasos prácticos

En otro orden de cosas, era a todas luces imposible que
el proyecto filosófico del humanismo italiano pudiera
lograr conquistas relevantes en el ámbito político,
por varias razones. Una de ellas es la carencia de su
filosofía respecto al derecho. Ficino y el mismo Pico
apenas lo tuvieron en cuenta. Lo mismo puede decirse de otros
como Ficino, Pomponazzi y Bruni. Apenas Angelo Poliziano y
Lorenzo Valla dedicaron unas cuantas páginas a la
meditación sobre el fenómeno jurídico. Pero
podemos aventurar una tesis arriesgada: aunque alguno de ellos lo
hubiera hecho, habría conseguido más bien poco, ya
que el derecho positivo
de la época estaba demasiado influenciado de la herencia
romana y la moral
cristiana, y los Estados no estaban desarrollados con la
suficiente fuerza.

Otra de las razones por las que el humanismo
fracasó en el terreno político se debió
precisamente a la política: la Italia
del siglo XV era demasiado débil y estaba regida por
señores demasiado volubles y egoístas en sus
pretensiones y perspectivas. Y a pesar de que la producción literaria y filosófica de
los humanistas corrió como el agua libre
por toda Europa, incluyendo en primer lugar Italia, su fruto
práctico quedó reducido, desgraciadamente, a las
bibliotecas y las
élites culturales, pero no impregnó la
actuación particular de los hombres de gobierno. Dicho
todo esto, claro está, con las debidas
reservas.

Sin embargo, la aportación del humanismo en el
campo de la política estuvo más en su intensa
preocupación por la filosofía moral y en su
visión de la historia al amparo de la
Providencia. Ésta misma llegó a diferir
considerablemente de la que tenían las generaciones
precedentes, y aquí sí podemos decir que fueron
precursores, destacando entre ellos Pico de modo especial. Ello
fue así porque el papel que asignaron a la elección
y responsabilidad humanas en la configuración
y determinación de los acontecimientos les llevó a
reconocer que el estado
actual de las cosas no necesitaba haber sido así, y que
podría haber sido diferente. Era posible volver al pasado
y recrearlo en el presente. Se podía incluso proyectar un
ideal de lo que podría ser para el futuro, y usarlo como
un estímulo para crear algo mejor que el presente, como en
la Utopía de Tomás Moro. Pico mismo dedica
gran parte de la Oratio a proponer todo un camino de
regeneración espiritual e intelectual, basado en varias
fases, que van desde el aprendizaje de
la "filosofía natural" hasta el cultivo de la
teología. Pero aún más, él
creía de lleno en la capacidad del hombre para mejorar, en
las inmensas posibilidades que se le abrían no bien
comenzaba a ser consciente de la fuerza de su intelecto y de las
ricas fuentes de sabiduría que, aunque diversas, se le
ofrecían como si todas pudiesen saciar en algo su sed. Y
sus textos no dejan lugar a las dudas. No nos detendremos en
hablar de su defensa de las distintas corrientes
filosóficas (Platón, Aristóteles,
Pitágoras, espiritualidad egipcia, caldea, asiria…,
escritos hebreos y árabes…). Baste citar de nuevo
algunas de sus inspiradoras y sentenciosas palabras:

"¿Por qué me detengo en este punto? Para
que entendamos que puesto que hemos nacido bajo esta
condición, que somos aquello que queremos ser, debemos
procurar ante todo que nunca se pueda decir de nosotros que,
habiendo sido puestos en tan algo lugar, no supimos reconocerlo
y descendimos a una condición semejante a la de las
bestias y los animales de
carga. Por el contrario, se nos deben poder aplicar las
palabras del profeta Asaf: ‹‹sed dioses y todos
hijos del excelso››".

 

 

 

Autor:

Jaime Arias Cayetano

Biografía del autor: Jaime Arias
Cayetano

Nací en Baracaldo (Vizcaya) en 1979, aunque me
siento también muy extremeño. Soy abogado, escritor
y político. Actualmente me dedico, además, al
doctorado en derecho, donde aprendí a valorar a Pico y al
Renacimiento italiano, y a estudiar Humanidades.

Vivo en Helechosa de los Montes (Badajoz).

Marzo de 2008.

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